Milán, el renacimiento perpetuo
Moda, diseño, arquitectura: la capital lombarda cultiva la belleza en todas y cada una de sus formas.
A diferencia de sus hermanas, Milán no cultiva el arte de su historia. Esta ciudad, que fue sucesivamente romana, lombarda, francesa, española y austriaca es la más europea de las ciudades italianas y la más orientada y abierta hacia el futuro. ¿Acaso es porque constituye la piedra angular de la economía italiana, donde reina el dinero y tiene su sede la bolsa? Milán sabe aliar su pasado a su modernidad como ninguna otra ciudad.
Las iglesias coexisten con los rascacielos, los museos, y los show-rooms de diseño, las arias de la Scala y la música que acompaña los desfiles de moda. Admírela. Se construyó en espiral. En el centro, su corazón eterno, el Duomo, la Scala, el Cuadrilátero de la moda. En sus cafés y sus tiendas se respira el refinamiento y el saber vivir de los milaneses tan apreciado por Stendhal, que también se percibe al degustar un panettone —ese bizcocho navideño tan delicioso— en una pastelería. Cuanto más nos alejamos, más nos acercamos a Brera o Porto Nuova y mejor descubrimos una ciudad estética, creativa, experimental y ecológica. Algo que, sin duda, no habría desagradado a uno de sus más ilustres ciudadanos, Leonardo da Vinci. Aquí la gastronomía también toca las estrellas: la cocina lombarda brilla gracias al talento de una joven generación de chefs que la reinventa sin renegar de sus raíces. ¿No es este acaso el apogeo de la sofisticación y la elegancia?
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